Mi cuerpo soy yo.
Parece más que evidente, y sin embargo, la relación habitual que tenemos con nuestros cuerpos es como si fueran algo a lo que referirnos separado de nosotras mismas. Llamarlo “el cuerpo” también favorece esa disociación.
Desde un concepto patriarcal, el cuerpo es distinto de la mente, el cuerpo es algo que te lleva, una herramienta, algo que a veces duele y algo que a veces se enferma. (Y entonces te das cuenta de que existe). Algo que normalmente se trata de silenciar, porque resulta molesto. Algo que, nos dicen, hay que aprender a gestionar, porque interfiere. También puede ser considerado un objeto, cuando decimos, este cuerpo es mío.
Cuando aprendes a darte cuenta de que el cuerpo eres tú, que no existe ningún tú si no hay cuerpo, la relación contigo misma cambia.
Entonces mi cuerpo es mi casa, mi cuerpo es respiración y es vida. Mi cuerpo es emociones. Mi cuerpo es sensaciones. Mi cuerpo es deseo, imaginación y pensamiento. Mi cuerpo es palabras y acciones. Mi cuerpo es donde puedo verme. Mi cuerpo es donde puedo relacionarme. Mi cuerpo es donde puedo sentirme. Mi cuerpo es donde nunca me miento. Mi cuerpo es donde me conozco.
Mi cuerpo soy yo.
Tan básico.
Y tan sanador.
En estas estoy.
Después de verano, novedades.
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