El 10 de octubre se celebra en el mundo el Día Internacional de la Salud Mental
Y afortunadamente, cada vez somos más las personas aquejadas de malestares emocionales y profesionales que acompañamos en ellos que visibilizamos la importancia de la salud «mental» como parte indisoluble del concepto de salud.
Desde una conceptualización feminista yo siento mucho rechine con el propio concepto de salud «mental» (de ahí mis comillas), porque…
¿A qué concepto de salud podemos aspirar como sociedad si separamos la salud mental de la física?
Si consideramos que lo físico y lo mental no están interrelacionados, sino escindidos y separados, seguimos reproduciendo el sistema de pensamiento patriarcarcal de dividir cuerpo-mente, emoción-razón.
Sin salud mental no existe la salud
Los malestares que vive nuestro cuerpo emocional no son menos importantes que la salud física, no son algo que podamos pasar por encima «mientras no haya enfermedad diagnosticada» y mucho menos son circunstancias que podamos simplemente medicar y tapar bajo la alfombra.
La salud emocional, el equilibrio y la integración entre nuestras diferentes formas de sentirnos, es fundamental para poder sentirnos personas sanas.
Pero también una visión exclusivamente médica de la salud mental, nos lleva a colocar el diagnóstico como una marca perpetua que va a formar parte de nosotras para siempre.
Incluso, una puede aprender tanto esta visión médica del malestar que va con su etiqueta por delante frente al mundo.
«Hola, me llamo… y soy bipolar.
Yo… y soy depresiva.»
Frecuentemente recibo en consulta a personas que se definen a sí mismas desde etiquetas diagnósticas, y así, un diagnóstico x (que no siempre tiene que ser crónico, que a veces es una manifestación temporal que puede modificarse, y que la mayoría de las veces, es una interpretación de otra persona), se convierte en parte de su identidad. Como si fuera algo fijo que le define como persona.
Las etiquetas y diagnósticos no siempre serán crónicos
Un diagnóstico ayuda a una persona profesional concreta a entender qué te puede estar pasando y qué técnicas o tratamientos pueden ser necesarios.
Los análisis confirman que eres diabética. Ponemos este tratamiento y vamos revisando.
Pero también, sabemos que los diagnósticos son una forma de enfocar el problema. Una, que lleva nuestra atención hacia esa única respuesta. Lo cual no significa que no haya otras respuestas que podamos estar obviando por tener nuestra atención focalizada en una.
Entender el concepto biopsicosocial de los malestares, a mí me lleva a no colocar toda la importancia en un diagnóstico concreto. Porque somos mucho más que una única mirada a unos síntomas. Porque somos historia, porque somos influencia familiar, porque somos cultura, porque somos raíces, porque somos personalidad, porque somos diversidad.
Somos muchas cosas a la vez. ¿es posible de verdad, resumir toda la complejidad de lo que tú eres como ser humano, lo que expresa tu cuerpo, lo que has aprendido y lo que reproduces, en una única palabra?

En algunas ocasiones, tener el nombre de una problemática concreta, puede ayudarte a identificarte, entenderte, perdonarte.
Genial. Ahí el diagnóstico puede serte útil durante un tiempo. Y para muchas personas lo es.
Pero si nos quedamos en la cronicidad de una fotografía perpetua, no podemos ver cómo vas evolucionando y cambiando con el tiempo.
Y ahí es donde entiendo que además, cambiar los verbos ser por el estar o tener nos ayuda. Porque saber que tienes algo, (no que lo eres), te da poder para decidir qué hacer con ello. Y elaborar juntas, en tu proceso, el diagnóstico de lo que sí puedes hacer, de tus recursos, de tus posibilidades, de tus herramientas, puede ser más importante que el del problema que te trae a pedir acompañamiento.
A veces no sólo eres un problema, eres también la solución.
Tú no ERES depresiva.
Estás teniendo depresión.
Pero además de eso…
¿Qué más eres tú?
