Clase social

No, la terapia no debería tener clase social. Reflexiones de una psicóloga feminista (mujer y de clase obrera)


pobreen-bizitza-aberatsen-jolasa -


«Pobreen bizitza, aberatsen jolasa» La vida de los pobres, el juego de los ricos, en euskera, es la frase que destaca a este banco, situado en Aixerrota (Getxo). Detrás de él, se puede ver la margen izquierda de la Ría del Nervión, territorio obrero de Bizkaia y lugar de acogida de familias migrantes de otras comunidades (entre ellas, la mía) en el periodo de industrialización, cuyo nivel económico y arquitectura, contrasta brutalmente con el territorio residencial de clase alta de la margen derecha. Detrás del banco, el super-puerto, las grúas, la sobrepoblación en pisos altos, la térmica, el terreno comido al mar para explotar. En el lado del banco, otro nivel de vida.  


(Nota: Vale, no todo el mundo en la margen derecha cumple el perfil de clase alta, pero dejadme que utilice este simbolismo margen izquierda-derecha).

No, no partimos de las mismas situaciones. Ni las mujeres de los hombres, ni las personas negras de las blancas, ni  las pobres, de las ricas.

Yo, que crecí en la margen izquierda, ezkerraldea, recuerdo de pequeña, cuando aún no sabía lo que eso significaba, la primera vez que cruzamos la Ría para pasear por la margen derecha. Las sensaciones de sorpresa inundaban mi cuerpo. «Aquí las casas son mucho más grandes ¿no?. Aquí la gente viste diferente ¿no? Y hay otras vistas y muchos parques… Aquí las cosas… ¿son distintas no?» Posiblemente no sabía lo que pasaba, pero veía simbólicamente una diferencia clara, e intentaba buscar una explicación a por qué, en dos territorios tan cercanos, uno frente al otro, de una margen izquierda a una margen derecha, había una desigualdad tan clara.

Pronto empecé a saberlo con la cabeza.

Yo nací en Santurtzi, en 1979, y tuve el privilegio de estudiar en una escuela pública. Privilegio porque no todas las personas lo tienen. Para mí era un colegio que yo consideraba lo más normal. Nunca consideré a nadie diferente. Cuando estudié en el Instituto Público seguía considerando que mi entorno era lo normal. Cuando terminaba las clases, me iba a casa, merendaba y a veces mis padres me ayudaban con los deberes, pero nunca tuve academia o actividades extraescolares. Para mi, eso era lo normal.

El curso del instituto en el que nos dijeron que teníamos que seleccionar opciones si queríamos ir a la Universidad, yo pensaba en qué carrera podría elegir, porque hacer una carrera, pensaba yo, era lo normal (de nuevo). «Periodismo, Psicología o Trabajo Social. No, no, Psicología, Trabajo Social o Periodismo«. Mis elecciones decían más de mi de lo que yo misma sabía entonces. Cuando supe que no era seguro que pudiera estudiar en la Universidad fue cuando me di cuenta.

«Joder, que somos pobres».

No, hasta esa edad no me había dado cuenta de que mucha gente no consideraba normal compartir sus clases con alumnas gitanas, o con alumnas con necesidades educativas especiales, que mucha gente tenía un nivel de euskera mucho más alto que el mío porque había estudiado en la privada, que mucha gente tenía academias y actividades extraescolares pagadas, o, incluso, que muchas chicas de coles privados no habían compartido clase con ningún chico en todo el periodo escolar. Yo, una hija de familia obrera en un territorio de migrantes castellanohablantes, había pasado por mi experiencia… sin saber que esa no era una experiencia compartida, normal, sino solo la de mi clase social.

Afortunadamente, estudié en la Universidad (pública) gracias a que el nivel de ingresos de mi familia era tan bajo que me permitía acceder a una beca que lo pagaba todo. Yo solo tuve que pagar los libros. (Es curioso, pero, hoy en día, todavía sigo considerando que una cosa en la que siempre está bien gastar el dinero, es en libros.)

En fin, está claro que entendí enseguida el mensaje simbólico de lo que significaba ser humilde y becada, ser de la margen izquierda simbólica. Que no siempre iba a poder hacer lo que quisiera, y que si quería conseguir algo iba a tener que esforzarme. Así que inmediatamente, desde primer curso universitario empecé a sacar sobresalientes y matrículas de honor. Sentir que mi esfuerzo en el estudio iba a suponer no perder la beca y que pudiera estudiar de manera gratuita, fue toda una suerte, que supe aprovechar. (Suerte, o decisión política…)

Proviniendo de una clase obrera, formarme profesionalmente después de la Universidad como terapeuta supuso un tremendo esfuerzo. Porque cuando terminé la carrera, a pesar de las notas, conocimientos, ganas,  implicación, tampoco se comienza en el ámbito laboral desde el mismo punto de partida que otras personas. La clase de origen siempre impone otro punto de salida. Mientras algunas comenzaban un master nada más terminar, sus padres les pagaban un local, o incluso tenían un padre/madre/hermano que trabajaba en ello y ya le confería prestigio, yo tenía que empezar de cero. Una hija de clase obrera, sin ningún contacto en el mundo psicológico ¿A dónde iba? Me temo que esto le suena a muchas recién licenciadas. Pasaron dos años hasta que pude ahorrar el dinero, que conseguí trabajando (en otras cosas, claro), para poder pagarme un master. Todos los ahorros de mi vida, conseguidos por mí, colocados en un master. ¡Cómo no estar implicada en ello! ¿no?…

Tuve la suerte de coincidir los siguientes años con buenas compañeras que me ayudaron con la oportunidad de desarrollarme en esta profesión. Compañeras feministas, a las que simbólicamente considero mis madrinas, Itziar y Norma, me valoraron por mis capacidades y por lo que hacía, no por de dónde venía. Así que pasé varios años trabajando intensamente dando talleres y cursos, moviéndome y haciendo muchas horas para sostenerme como autónoma, (que para quien no lo sepa tiene unos gastos enormes). Y no sólo me valía con esforzarme, sino que también tuve que elegir no hacer cosas que para otras personas son «normales» (irse de viajes a otros países, comprarse una casa, casarse…) Recordad que la identidad que he podido adquirir en mi historia es la de ser «la chica becada», y desde esta identidad lo único que me permito hacer con mis ahorros es gastármelo en ser mejor profesional o comprarme libros.

Invertir en un espacio en el que trabajar de alquiler, me supuso noches sin dormir y miedo a perderlo todo… pero he de reconocer, que metía millones de horas en proyectos diferentes. Y mientras escuchaba «Joe, no paras de trabajar!«, yo no sé si interpretaba una crítica o un halago, pero la realidad era que si no trabajaba todo eso… era imposible sobrevivir. No creáis que no pensé veces en dejarlo, y en volver a trabajar de camarera, hubo una época en la que hubiera ganado más así que de psicóloga precaria.

Pero después de haber trabajado en investigaciones, en consultoría y como formadora, llegó la época en que empecé a formarme como psicoterapeuta. Para quien no lo sepa, ser psicoterapeuta, implica formarte de manera privada varios años, y realizar terapia y supervisión por parte de otras profesionales. Ahí llegué yo, contactando con una Psicoterapeuta prestigiosa para empezar mi terapia, cuando caí en mi trampa.

90€. Una sesión cada semana. Me pareció un esfuerzo enorme pero pensé «si quiero ser terapeuta tengo que pasar por esto ¿no?». No duré ni dos meses. Primero, porque no me daban las cuentas. ¿De dónde sacaba yo 360€ más al mes a añadir a los gastos fijos que ya tenía? Pero sobre todo, me sentí fatal. Sentía que a ella le importaba una mierda yo, que me echaba de sesión antes de tiempo, que me miraba desde arriba con frialdad y que no me ayudaba nada. Me critiqué mucho por abandonar. Con el tiempo y mi proceso de terapia posterior me di cuenta de que era mi niña interior y mi clase social la que estaba rabiando a más no poder.

Posiblemente, las federaciones que establecen los criterios de formación para acreditarse como psicoterapeutas, no se dan cuenta de cómo esos criterios suponen la exclusión de la psicoterapia para clases medias-bajas. Porque claro, si pasas el proceso, y te cuesta una pasta, tus honorarios subirán para cubrir los gastos. ¿Cómo va a poder permitirse alguien precarizada tener 80-90€ cada semana? Quiero pensar que no lo saben porque el sistema está pensado desde profesionales de clase alta, que atienden problemáticas que van a pagar las personas de clase alta. Vamos, que para ese sistema, eso es lo normal. 

Hoy, 17 años después de acabar la carrera, todavía mi clase de origen sigue influyendo. Mis preocupaciones los últimos años se han basado en conseguir pagar el alquiler de la consulta, los recibos de autónomos, los seguros y colegiaciones obligatorias (y además aparte, el alquiler de mi casa, la luz y el capricho de comer cada día…) es decir, en ser autónoma en todos los sentidos y en sobrevivir al sistema. Y mientras, otras personas con la misma experiencia y formación que yo viven en esa otra margen simbólica (o realmente), teniendo propiedades inmobiliarias y tranquilidad para poder relajarse al cerrar la consulta. Mientras yo vivo el verano con la preocupación por la bajada de ingresos, yéndome al pueblo de mi abuela de vacaciones, personas con la misma formación y trayectoria que yo de la otra margen simbólica, se van dos meses de viaje a países que solo he visto en fotografías. En fin, yo estaba equivocada, no todo en la vida es el esfuerzo o ser buena en algo. La clase de la que provienes, a igualdad de formación, de experiencia, de conocimientos, siempre sigue imponiendo una situación desigual.

Pese a todo, no creo que todo sea malo en la pertenencia a un origen de clase obrera. Creo que nada me hubiera proporcionado más valoración y reconocimiento de mi misma, que saber que lo que he conseguido ha sido por mí. Es, de verdad, todo un gustazo interno ser feminista y no tener ni dios, ni patrón, ni marido.

Pero el día que escuché a un psicoterapeuta decir que «En el fondo, quien quiere ir a terapia, puede», me caí redonda. Y entonces me di cuenta que la clase social, no solo la llevo yo. Sino que, quien está arriba, también mira el mundo desde su clase, desde su normalidad. Conozco a personas de clase alta críticas con esa desigualdad, pero no sé si esto es lo más frecuente, o vivir en la simbólica margen derecha de la vida, te coloca un cristal desde el que mirarlo todo… desde arriba.

Sí, la meditación y la respiración nos relajan a ricas y pobres (apunten). Pero no es lo mismo tener tiempo de sobra para prepararte una meditación estupenda en el jardín de tu chalet con vistas al mar, que hacerlo en un piso compartido con 4 personas con el ruido de la carretera al lado y habiendo llegado a casa después de 8 horas limpiando portales. Por mucho mindfullnes que llegues a practicar, no es lo mismo.



IMG_8594 -


Afortunadamente, la naturaleza sigue siendo pública para poder relajarnos conectando con ella


Así que, en definitiva, compañero psicoterapeuta de clase alta, a veces una persona puede decirte que no puede ir más a terapia porque no puede pagarla, y no es una resistencia al proceso, es una realidad. Porque cuando tienes que comer, que pagar la luz, que sobrevivir a un sistema cada vez más precarizante, ir a terapia es un privilegio. No sólo estoy hablando de personas en riesgo de pobreza y exclusión, que puedan ser atendidas en el sistema público o servicios sociales. Es que si te acreditas como psicoterapeuta en cincuenta asociaciones con veinte siglas cada una y a partir de ahí, colocas tus honorarios en 90€ la sesión, te quitas de encima de un carpetazo a todas las mileuristas que tengan que pagar un alquiler. Y así, no, nunca podrá ir nadie que sobrevive en la margen izquierda simbólica.

No, no todo el mundo puede pagarse una terapia en estas condiciones. Y en un país, en el que la terapia gratuita sigue siendo un oxímoron, y aún convivimos con la idea de que «ir al psicólogo»es para locas, las profesionales que estamos aquí por vocación, tenemos que encontrar fórmulas para poder reivindicar la necesidad del bienestar emocional para todas/os/es.

ES UNA NECESIDAD. Una necesidad de partida para la ciudadanía. Que previene, con mucho, la cronificación de malestares graves, de enfermedades graves, que evita ingresos, que evita suicidios, que evita violencias, que evita vivir con angustia acostumbrada, que evita vivir con tantos malestares que son CULPA en mayúsculas de la explotación del sistema. Ir a terapia no debería ser, ni algo estigmatizante, ni algo sólo para cuando ya no puedes más, ni un privilegio de la clase alta.

Yo soy una privilegiada. Soy muy consciente de que he podido acceder a una formación y un desarrollo profesional, que no le correspondería a una persona de mi origen, que no he tenido que migrar, no he llegado a pasar hambre, he vivido siempre bajo un techo, tengo cerca a mi familia, soy blanca. Yo, soy una privilegiada.

Pero ser precaria me ha hecho tener que posponer hasta los treintaytantos mi propia terapia. El malestar no tiene clase social, todas las personas vivimos malestares emocionales. Así que ¿la estabilidad emocional es acaso sólo para una minoría adinerada?

Escucho a personas a las que acompaño desde el activismo mucho dolor, emociones contenidas, un sufrimiento que… jamás una persona blanca de clase alta posiblemente viva. Quienes trabajamos en esto por vocación no podemos reproducir un sistema que convierte la terapia en un privilegio. Sí que tenemos necesidad de acudir a supervisión y terapia, para trabajar bien, y eso supone un gasto. Yo sí que quiero contrastar con otras profesionales, estar en red, no trabajar sola y revisarme y formarme constantemente. Pero no quiero colocarme en un plano vertical en el que olvidarme de la gente normal. No quiero alejarme de la realidad, aunque pudiera tener prestigio.

Luchemos juntas porque la terapia no sea un privilegio. Busquemos formas de financiación, becas, ayudas, colaboraciones, asociaciones, juntémonos por una salud emocional y mental gratuita para todas las personas. Porque las clases humildes-bajas viven con mucho malestar. No podemos seguir enviándoles el mensaje simbólico «esto es lo que cobro, y si tú quisieras podrías». Porque no. No todo el que quiere puede.

Y aquí, terminando esta reflexión, me reconozco mi propia dificultad para atender gratis. Es cierto, no puedo. Vivo en el sistema y las facturas no me las perdonan ni me las cubre nadie. Pero utilizo estrategias para hacer más sencillo el acompañamiento psicológico a personas con dificultades económicas temporales o permanentes, como:

1. Utilizar siempre el mínimo de sesiones posibles. Si sabes que esa persona tiene recursos limitados ¿necesitas ahondar en la herida, para que tenga que venir más veces? ¿Tu modelo terapéutico concreto va a estar por encima de su necesidad, o tienes herramientas creativas para adaptarte? Porque quizá ese modelo tenga algún aspecto que puedas criticar o cambiar. ¿Puedes encontrar estrategias para hacer un proceso más breve o centrado en lo más prioritario?

2. Favorecer el poder propio y la autonomía. En el fondo, sabes que el objetivo de la terapia nunca es crear una dependencia de ti y sentirte idolatrado en tu butaca durante años. Utiliza algunas sesiones para encontrar juntas sus propias capacidades y verás qué pronto solicitan espaciar sesiones.

3. Espaciar sesiones. Sí. Siempre que no resulte un proceso descuidado porque esa persona se encuentra con mucha necesidad, se pueden usar sesiones quincenales o mensuales que suponen un alivio de la leche para gente precarizada que no puede pagar más.

4. Buscar alternativas de financiación. Quizá esa persona puede hacer un trueque con algo que necesites. Sí, vale, no podemos dar alternativas y trueques a todo el mundo. Pero alguna de vez en cuando, no hace daño.

5. Calcular mis honorarios sin pasarme. ¿Qué es sin pasarte? Pues es sencillo, los honorarios se calculan asumiendo cubrir todos los gastos del negocio y de una vida cotidiana. Quizá para ti tener un barco, un baserri y dos casas con jardín sea una necesidad, o reducir tu tarifa sientes que te quita prestigio. Bueno, sigue en tus 90, pero revísate al menos en terapia de dónde viene esa necesidad.

6. Conocer los recursos públicos del municipio y derivar. Deriva. Deriva, por favor! deriva. He conocido a mujeres (no las llamo ni clientas ni pacientas, cosa de mi feminismo) que me han contado cómo les han atendido psicólogos por vía privada por algo que se cubre desde un servicio público o asociación. Descubre las asociaciones que hay en tu entorno y que pueden ayudar a esa persona a la que tú estás cobrando. Esto se llama ÉTICA profesional. Y si no quieres tener ética y quieres presionar por hacer más sesiones a alguien, asegúrate al menos que sea un empresario rico que fabrica armas. Dos sesiones a la semana incluso si quieres, porque eso tiene que generar un montón de sentimientos contradictorios. Pero a la mujer que te dice que apenas tiene recursos, esfuérzate un mínimo en que tenga apoyos, en proporcionarle recursos personales, lecturas, en que pueda juntarse con personas que viven la misma situación que ella, en facilitarle una red.

7. Hacer divulgación. La divulgación de información general no ayuda a las personas en lo que les puede estar ocurriendo específicamente, teniendo en cuenta su historia y sus características, pero.. a muchas personas les ayuda leer o conocer sobre las emociones, cómo funcionamos psicológicamente… ¡Cuántos alivios hay en poder ponerle nombre a cosas que no tienen que ver solo con lo individual, sino que nos pasan a tantas!

Compañeras psicólogas feministas, seguro que a vosotras se os ocurren mas estrategias…

Todo con tal de que el bienestar emocional no siga siendo un privilegio



Abya Yala resiste -


Abya Yala, resistiendo en la margen derecha (real). Aupa ahí. Vosotras sí que sabéis.


Fotos propias. Inspiradoras en un paseo por la margen derecha. 2 febrero 2020.



Puedes compartir las entradas del blog, siempre con el enlace original y la autoría de @ianireestebanez. Pongo mucho personal en esta en la entrada, no dejes que la rapidez de internet te impida verme. Gracias.